EL MUSICANTE.

Turno para: NUESTRA UNIÓN.

Aunque tiene –como todas las demás– su historia, no hay en realidad mucho que decir. O sí, ¡sí que lo hay! Quizá este tipo de canción tenga, por el contrario, mucha más historia de por medio, pero es mejor no contarla para no dañar la letalidad de su espesura.

A propósito de esto, hoy tuve una conversación sumamente interesante con un amigo experto en literatura, quien, con miras a la eventual publicación de un libro mío que él prologaría, hizo una excelente y muy profunda lectura de mis textos, aconsejándome simplificar, depurar, ser concreto, evitar las largas digresiones discursivas, moderar adjetivos, buscar la claridad, pensar más en el lector, en la trama, en los elementos dramáticos, en las exigencias de cada género conforme a la tradición, entre otras observaciones propias de quienes conocen a cabalidad la teoría y la técnica literarias, pues se dedican académicamente a ellas.

Quedé con él altamente agradecido. Pero también asustado. Prometí, en todo caso, reexaminar y reescribir algunas cosas. Veré qué sale. Mi problema es bien jodido. Sé que el amigo tiene la razón (he leído sobre esos tópicos críticos, lo de los adjetivos no es primera vez que me lo dicen, solo que mi uso de ellos proviene de larga data y es absolutamente intencional), el asunto es que me temo que dejaría de ser yo en gran medida. Es preferible conservar mis imperfecciones y mis vuelos absurdos que convertirme en otro. En materia de abstracciones, soy incorregible.

En febrero de 2021 me estaré enfrentando, por primera vez, al estudio formal de la literatura como estudiante de Maestría en una universidad española. Después de por ahí cuarenta años de estar dedicado al oficio de escribir (basándome fundamentalmente en lecturas y vivencias), me aterra sobremanera pensar que la formación académica pueda terminar enfriándome, frenándome y hasta silenciándome. Me parece que una literatura desprovista de vicios y atrevimientos se volvería técnicamente fofa, seca, virtuosa o demasiado correcta. Por otro lado, me alegra el reto y lo de dedicarme a estudiar algo que en verdad me gusta. De ahí que tenga ya a Platón, Aristóteles, Horacio, Terry Eagleton, John Sutherland y Alfonso Reyes encabezando mis lecturas previas de estos días. De alguna forma, la conversación con el amigo (sincero y bienintencionado en sus opiniones) acabó confirmándome el terror de lo que me espera. Pero bueno, quién dijo miedo, a estudiar, y punto. Nunca es tarde para acabar de embarrarla.

Recibir críticas y sugerencias de personas conocedoras de estos temas y que, además, aprecian lo que haces, no deja de tener un tinte afortunado. La loa de nada sirve (debo aclarar que el análisis no fue peyorativo y hubo aspectos positivos que fueron resaltados). Del susto brinqué a la intriga, así que envié el libro a otro amigo, lector empedernido y experto en calles e irreverencias, a ver qué impresión le merece. Ello me permitirá sopesar estas dos lecturas críticas para decidir finalmente qué hacer al respecto, o si lo conducente (lo prudente) es tirar el libro a la basura (al delete) o publicarlo más bien en Amazon para que se lo coman las polillas informáticas. Por lo pronto, su publicación física queda cancelada. Se vienen entonces las “PROSAS PARA ROMPER LA FELICIDAD (TRÍPTICO EN YO MENOR)”, las cuales van como están, sin pasar por filtro alguno.

Este tema me hace acordar de otra candente discusión: la del músico empírico con el músico académico.

A mi modo de ver el asunto, tanto en lo literario como en lo musical lo uno no impide lo otro, hay que beber de las dos fuentes, ambas posturas conllevan aciertos y desaciertos. Después de pasar por la Maestría trataré de nunca olvidarme del escritor que fui, del que aspiro a seguir siendo. ¡Que sus impurezas sobrevivan a las rigurosidades de lo puro! Y a las castrantes etiquetas.     

Otro recuerdo: las luchas incansables que me tocó librar como estudiante de Ciencia Política porque el lenguaje de mis trabajos académicos era literario y no técnico ni científico. Hasta que una profesora se mostró de acuerdo conmigo y mandó a todos mis críticos al carajo. Obtuve la máxima nota en su asignatura.

Uno más: escritores que me han contado cómo sus libros han sido rechazados una y otra vez por distintas editoriales. Debe ser duro someterse a semejante juicio. Pero pienso en Melville, en Camus refiriéndose a él y a la técnica novelesca norteamericana, en Malcolm Lowry y en tantos otros, y la adversidad felizmente se dispersa.

Una pregunta inevitable: ¿escribir para la facilidad y el gusto de los lectores no es caer también en el juego comercial?

Qué pena la digresión. Vuelvo a NUESTRA UNIÓN para decir una sola cosa: una canción que ayuda a su autor a componerla. Una comunión de alientos y soledades…

Dejémoslo hasta ahí.

Feliz noche de juerga y de pandemia. Saldré por unas beers.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Audio de “Nuestra unión”:




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