EL MUSICANTE.

Me excuso nuevamente por la publicación de ayer. Abrí este sitio para asuntos más agradables. Para encontrarnos en lo que más nos gusta, que es hablar de música y de literatura. Fue inevitable hacerlo. Ni les cuento en qué va eso, ya sabemos que en Colombia pensar y atreverse a expresar lo que se piensa es casi un delito, sumamente problemático y hasta peligroso. Más de uno se incomoda, hasta los que uno cree que están del mismo lado y resulta que andan en realidad de manteles con la contraparte. En fin. Gajes del oficio. Paso página.

El turno musical de hoy es para EL LATIDO DEL SILENCIO.

Una de las canciones mías que más aprecio. Tanto, que se quedó esperando el festival “ideal” en el que pudiera concursar, hasta que comprendí que no lo había. No porque considere que la obra es de una calidad superior (no lo creo así ni es ese el punto), sino porque, sencillamente, conozco el contexto de los festivales sabaneros y vallenatos, de música de acordeón, y difícilmente se podrían reunir en uno cualquiera de ellos todos los elementos que se necesitarían para que una obra así pudiera ser valorada. Aparte de que su montaje tendría que ser irremediablemente atípico. Pero no hablemos de esto, no deseo caer en la crítica torrencial. Hablemos mejor de la canción.

Tengo varias canciones sobre ese mismo tema (las penalidades de un compositor), pero esta es especial. Lo supe cuando la canté a capela para tres amigos sahagunenses en una noche de cervezas. Esteban Abad, Víctor Moreno y Julio César Pérez Méndez. Su positiva reacción eliminó mis dudas y me sirvió para ubicar su verdadero espacio. A propósito, me place anunciar que Julio será el prologuista de mi libro de cuentos SANTO REMEDIO. Julio tiene un Doctorado en Literatura Española e Hispanoamericana, una Maestría en Creación Literaria, es también arquitecto, especialista en Docencia, escritor, cronista e investigador. Pero lo mejor de todo: es cervecero, utopista político, profundo y contrastante historiador de “irrealidades”.

“Respeta el alma” es otra de las canciones en las que toco el tema del compositor menospreciado; su destino era Valledupar: el Festival Vallenato 2020. No se pudo este año. Aún no decido si la mantengo o no inédita. Tengo un muy buen audio para inscripción, la misma tripleta de “Me decían el son”: Siervo Dueñas, voz, Juan Carlos Carrascal, acordeón, y Juan Miguel Martínez, guitarra.

“El latido del silencio” seguramente nadie lo grabará. Digamos que es, si se quiere (para su desgracia o fortuna), anticomercial; o dicho mejor: no es comercial dentro de lo que “hoy” y “aquí” se entiende por comercial. Cuando hablo de esto me es inevitable pensar en dos o tres muy buenos compositores que conozco, los cuales se desviven por ser reconocidos como exitosos románticos del vallenato, circunscritos, como parecen estarlo todos, a ese monotemático sentimiento mercantil. Han dado pasos importantes en pos de ello y se lo merecen sin lugar a dudas, pues tienen calidad y hacen notar su diferencia, enfrascados como están también en una lucha de muchos años por alcanzar la esperanza económica que les ha sido esquiva en la sociedad de autores a la que pertenecen. Sin embargo, en honor a la verdad, yo quisiera verlos componiendo más en derredor del arte duradero, menos comercial, menos “gusto del público”, vivificando más allá y más acá del insufrible amor, llevando poéticamente la vida por terrenos aún inexplorados. ¿Por qué? Porque admiro lo que hacen, porque pueden hacerlo, porque los que tienen con qué no deberían desperdiciarse en perspectivas desechables, porque los que tienen el don deberían estar a la altura de complacer al Universo, porque doscientos o trescientos años después seres extraños como nosotros se merecerían escuchar sus obras.

Hace poco –en la pasada reunión sabatina del Club Zenócrate de Literatura–, Alberto Salcedo Ramos dijo que él, a estas alturas de su recorrido, cree más en los escritores que se dedican a escribir sin preocuparse por que les publiquen o no, sin basar las exigencias de su oficio en función del éxito y la fama. Escribir porque sienten la necesidad de hacerlo, porque no pueden dejar de hacerlo. Es un cliché, pero es así. Lo mismo pasa con el arte de componer canciones.

A “El latido del silencio” le debo el hecho de no desfallecer y de seguir en esto de la composición así mis creaciones recientes estén cada vez más desligadas del aspecto folclórico. Ando (como lo he dicho ya varias veces) en otra órbita, desorbitada incluso. Música y texto persiguiendo quién sabe qué mundos invisibles.

Versión casera. Soy solo yo neceando con unos pocos instrumentos. Así que sabrán perdonarme las imperfecciones. Quédense con “el latido del silencio desnudándose en el mar”.

¿Y eso qué ritmo es?, me preguntan algunos cuando interpreto mis cantos por ahí, con guitarra, acomodando tempo y ritmo a mi forma tan propia de sentirlos. Adrián Villamizar, ante la misma pregunta y para salir del lío, se inventó una respuesta: yo lo llamo CUBANATO o NUEVA TROVA VALLENATA, ustedes verán qué nombre le ponen. Pues bien, yo, “a lo mío”, lo llamo SINUANATO. La explicación quedó en el cuadernillo de mi CD “Y cantaré por siempre”, publicado en diciembre de 2016. Y ustedes verán si lo tiran al río o le dan una centenaria oportunidad sobre la tierra.

Una canción para mirar y valorar entonces lo que hay detrás de una canción. Canciones vitales y sinceras, por supuesto, no me refiero a las que salen de las fábricas de mercaderes en estos días de cortedad y rapidez.

“Sigue creando / cuenta tu historia

no te atormentes / compositor,

yo te acompaño / no busco gloria

es vida y muerte / esta canción”.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Adenda: Ya está en proceso de grabación una canción que terminé hace poco, el 7 de diciembre de 2020. Su título: RAÚL. Se imaginarán por dónde va la cosa… La tendremos en “El Musicante”.

 

Comentarios