REDES SOCIALES…

Quizá sea eso ("sociales") lo que son en verdad, y no lo que uno quisiera que sean. Y lo social del hombre pasa por la puesta en escena de muchas de sus virtudes desastrosas.

Soy un asocial congénito, y de ahí que mi estancia en esas redes del insomnio haya sido desafortunada, y en ocasiones sumamente conflictiva.

Detesto, por ejemplo, lo melcochudo, la repartición de bendiciones a granel. Y la lambonería. Y la hipocresía. Y tanta bondad junta destapando su autoengaño. Todo el mundo se quiere, todos son grandes amigos, los mejores hermanos, seres ideales de un mundo que no son capaces realmente de construir.

Esos mensajes melifluos y supuestamente bienintencionados me producen náuseas. No creo que la vida sea eso. Ni que el hombre sea eso. La "verdad" del hombre está más en el universo de su profunda oscuridad. En sus secretos más íntimos y tormentosos. En su sabia disposición a fracasar. Soñar sólo sirve para atizar la farsa. El éxito es obra de mediocres. 

La poesía es la gran damnificada. Los poetas de las redes sociales son una plaga de veras espantosa. Todos tan hermosos y felices. Posando y delirando con la fama. Y sus escritores no es que se diferencien mucho, gravitando en función de loas y de likes. Tuits, memes, fotos o videos dan hoy más réditos que un escrito serio y sopesado. Y por "serio" no me refiero a convertir el lenguaje en apología de ética pura. Putear se vale, pero sin excesos. Hacerse el gracioso, provocar, polemizar, vulgarizar, escandalizar, todo esos “ar”, en demasía, terminan dañando la estética de lo bien escrito. Y por “sopesar” tampoco me refiero a adoptar científicas imposturas. Literatura que no pervierta no sirve para un c…        

Algo que igualmente apesta son las camaraderías culturales. Los lucrosos del arte no se quedan atrás. A estos últimos los comprendo (son tiempos difíciles), pero no los coadyuvo. De vez en cuando viene bien dormir…  

Autoayuda, superación personal y cursilería a más no poder, y en dosis descontroladas, se pasean asimismo en esos espacios informáticos.

El afán de agruparse so pretexto de cualquier bobada es otra de las grandes soserías de ese ser social por excelencia que dicen que es el hombre (bueno, lo dice él, para tratar de convenientemente conchabarse). Pero, como finalmente no lo es, esos grupos acaban, para fortuna de la soledad, desintegrándose. Qué grupo puede durar con tantas noticias sensibleras y religiosas.      

Me fastidia, además, la incoherencia que no es capaz de rupturas, sino de pudriciones. Abunda su precariedad en esos medios. 

Pero hoy quería escribir sobre la libertad. Sobre cómo las medidas gubernamentales de la pandemia la han ido reduciendo a una pálida expresión, y de cómo —pese a mi resistencia acostumbrada a aislamientos y a rincones— he empezado a sentir una extraordinaria necesidad de rebelarme. Ese cuentecito del bienestar colectivo a costa del sacrificio individual no deja de tener tintes totalitarios. El arte sumiso no es lo mío.

Uf, siquiera son pocos los que me leen. Y a esta hora de la hermética noche, sí que menos. Sólo a esta hora se pueden publicar los desperdicios. Aunque si pensara en lectores de otros mundos tendría que publicar al revés. Lo baladí es universal. Voy a pensar en eso: en la hora ideal para que nadie me lea.      

Dulce y amargo. De ambos sinsabores se nutre la guarachosa vida. Jamás te preguntaré si tienes un recuerdo conmigo. Que el corazón nos libre de tener bonitos sentimientos. Los grandes sentimientos no tienen corazón.     

Ya me despaché. Que Dios me perdone. Y tú también, Lucifer, lucero que trasnochas...


FBA

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