ENTRE ELEGÍAS Y CAMINOS

Leo en simultáneo, en estos aprisionados días, dos libros de investigación musical del doctor Ángel Massiris Cabeza: “Elegías vallenatas” y “Poesía romántica en el canto vallenato. Rosendo Romero Ospino – El poeta del camino”.

Le agradezco al autor la gentileza de habérmelos obsequiado. Otra buena amistad que debo agradecerle al dios informático. Soy comprador, casi patológico, de libros, pero en este caso un acuerdo tácito parece haberse abierto camino por sí solo: la permuta quedó sellada. Tiene ya él en su biblioteca mis “Tiempos grises”, “Cantando a Destiempo” y mi CD “Y cantaré por siempre”. Los libros son para leerlos –así todos los que se compran no se lean, adquiridos más como fuente de consulta–, y si son regalados hay que corresponder aún más como se debe: leyéndolos. Al menos entre lectores hay garantía de cumplimiento. Hay amigos que nunca te los compran, quieren siempre que se los regalen, y ni así se los leen. Es la purita y triste verdad. El pacto que tengo con el doctor Massiris está más que justificado. Somos lectores. Y somos agradecidos.

Confieso que el tema vallenato no es que me interese mucho a estas alturas, en especial porque sigo creyendo que es poco o nada lo que queda vivo de ese género musical en su expresión comercial posmoderna. Con la degeneración que no cesa, convertido en una cosa horrible o muy distinta, hasta el término posmoderno se quedó obsoleto. Habrá que inventarse otro. En todo caso, cuando hablamos hoy de vallenato, como dice un amigo (creo que fue Víctor Alfonso Moreno Pineda en varios de sus escritos), estamos refiriéndonos a un fantasma. Sin embargo, este fantasma cuenta todavía con amantes incondicionales que lo siguen queriendo y extrañando. Yo fui uno de ellos, no sé si lo siga siendo, pero lo que sí sé es que a veces, en parrandas, se me despierta el fluir ribereño del vallenato, y de mi canto y mi guitarra empiezan a salir todas esas letras y acordes que me aprendí tan bien que es como si bastara con meter el casete en la grabadora y hundir el play. Eran otros tiempos. Y esa es otra historia, mi historia con el vallenato. En mi otro blog (“Esconces y Destiempos”, aún vigente; por aquí arribita está su enlace) he contado parte de ella.

Me sorprendo viéndome citado por el autor en el segundo de sus libros, concretamente en el acápite “Poesía en la música vallenata. Una discusión”. Sí, me acuerdo de ese artículo que publiqué en mi blog “Esconces y Destiempos” cuando aún escribía, con algún rigor crítico, sobre música vallenata. “La composición vallenata: cada vez más bobalicona y menos vallenata”. Así lo titulé. Desde el título mismo se prendía la guerra. No fueron pocos los dardos que en similar sentido lancé desde mi primer rincón virtual en esos años. Hubo más, y de fuerte impacto. Uno de esos escritos me enfrentó, en dura controversia, a Félix Carrillo Hinojosa. Meses después de eso, durante el evento Plan Especial de Salvaguardia de la Música Vallenata pro declaratoria de la UNESCO, conocí al maestro Félix en Valledupar, nos saludamos, recuerdo que me dijo: pero si eres un pelao. Años más tarde, lo vería de nuevo entre el público de la ronda semifinal del Festival de Chinú en el que concursé con mi paseo “Utopía”. Su positiva reacción lo llevó a buscarme para felicitar la fuerza de este canto. Así es la vida. Así es la polémica. Y así también es la amistad. No hay vencedores ni vencidos: la música todo lo termina poniendo en su justo lugar, a su servicio.

Qué digresión tan larga. Qué importa. Sigo. Yo no escribo para lectores de memes o de tuis. Vuelvo al doctor Massiris (Doctor en Geografía de la UNAM) para celebrar, con un Ay Ombe amanecido, la llegada a la bibliografía vallenata de este par de libros tan maravillosos. De un cordobés, que no es lo mismo. Lo digo sin tono arrogante alguno, solo para resaltar la importancia de distintas miradas sobre un mismo fenómeno cultural. Es lo que le ha faltado, por ejemplo, al grupo de jurados seleccionadores de canciones en el Festival Vallenato, que, por estar demasiado apegados a moldes preestablecidos y geográficamente limitados, dejan por fuera canciones con mayor riqueza literaria y melódica, con más atrevimiento creativo incluso. Dos libros, pues, escritos con la pulcritud que ausculta y disecciona del científico, con la paciente observación del académico.

Razón y pasión tuvieron que interactuar y discutir bastante en estos trabajos: por una parte, la pasión-subjetividad del seguidor de esta música que es el doctor Ángel desde su juventud, bebida, gozada y parrandeada una y otra vez con sus amigos, en terrazas, bajo la sombra de los árboles, me imagino las cajas de cerveza, una sobre la otra a medida que se iban consumiendo, la puntería feliz del ebrio análisis. Y por la otra, la razón-objetividad del hombre frío y estudioso que debe acogerse al implacable método con que la ciencia lo ha dotado. Para fortuna del objeto de estudio, sobresale más el segundo que el primero.

La pregunta que me hago ahora es qué escribir luego de saber que “Elegías vallenatas” recibió los aportes de Ismael Rudas, Rosendo Romero, Adrián Villamizar, Jairo Soto, Juan Oberto Sotomayor (mi condiscípulo lasallista de la promoción 1979), Graciela Morillo, Abel Medina Sierra y Rosa Linda Ruíz, y que “Poesía romántica en el canto vallenato. Rosendo Romero Ospino – El poeta del camino” obtuvo los suyos, provenientes de Luis Rohenes Herazo, Luis Carlos Ramírez Lascarro, Abel Medina Sierra, Antonio Daza Orozco, Ramiro Álvarez Mercado y Avis Enoth Gil Barros, al igual que los de quienes intervinieron en su lanzamiento virtual en YouTube (los ya citados Adrián Villamizar e Ismael Rudas y el homenajeado, Rosendo Romero, entre ellos), toda una pléyade de autores, compositores, músicos y artistas del mundo de la vallenatía (como alude a él ese otro investigador de quilates musicales que es Abel Medina Sierra), un evento que contó, además, con las palabras del Presidente de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, Rodolfo Molina.

Para qué entonces llover sobre mojado si las virtudes de ambos libros cuentan ya con análisis de expertos. Hasta lo de los códigos QR quedó dicho. ¿Qué podría agregar yo desde mi solitaria sinuanía? Si existe vallenatía debe existir sinuanía… Me acuerdo de mis parrandas, y el panorama se me despeja: mis terrazas, mis árboles, mis compinches, mis cervezas… Me remonto enseguida hasta mi obsesión juvenil por adquirir cuanto elepé de música vallenata llegara a Montería (gracias Enán y Amparo por haberme tan amorosamente ayudado a incrementar mi colección), horas enteras en los almacenes de la carrera segunda entre calles 34 y 35, la ansiedad de la espera, diez o quince días después de haber salido, la rabia y la desesperación cuando el disco traía imperfectos y había que ponerle peso a la aguja con una moneda para medio nivelarlo, mi proyecto de escribir una novela alrededor de las historias de veinte de aquellas canciones vallenatas de mi preferencia… Pensaba mezclarlas e ir tejiendo con sus frases y anécdotas un producto nuevo, una historia diferente, usarlas en contextos opuestos, enredar la trama, y al final una gran fiesta o algo por el estilo, en la que todo se resolviera al revés, para bien o para mal, el reencuentro con el amor perdido, por ejemplo, o la pérdida del pleno y exaltado. Así que, por Dios, ¡cómo no me va a doler lo que le ha pasado a mi tan querida música vallenata! Me tocó huir de sus disparates, dejé de coleccionarla, de seguirla, retorné más tarde a ella, y fue cuando empecé a componerla (lo había intentado siendo adolescente) para llenar vacíos, para revivir de algún modo las ganas de seguir sintiéndola. La composición, luego de mi paso por festivales, me ha llevado por otros derroteros…

¿Estaré aún a destiempo (que es mi forma de estar a tiempo) para escribir esa novela? Durante años me hice a mi propia base de datos libresca (el libro de Rito Llerena lo conseguí en Bogotá, en una de las librerías que venden libros usados por la Octava) que serviría de apoyo a su escritura. La mejor defensa que he hecho de la música vallenata fue en Medellín, en una clase de Historia en el Pregrado de Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Por alguna extraña razón el profesor tocó el tema del vallenato en forma despectiva y algunos estudiantes lo secundaron. El tema me despertó, la clase estaba monótona y aburrida. Guardé silencio esperando qué más iban a decir. Cuando se proponía retomar el tema de su clase, interrumpí al docente. Intervine. Enmudecieron. Les dije que a pocos metros de donde estábamos se encontraba una de las mejores bibliotecas universitarias del país. Les pregunté si sabían que en sus estantes reposaban también libros y artículos sobre música vallenata, cuyos autores eran docentes e investigadores de la misma universidad (Rito Llerena, Marina Quintero, Consuelo Posada). Les hablé de una canción muy conocida como lo es “Tú eres la reina” en la voz de Diomedes Díaz, les canté un par de versos, hubo coro y hasta aplausos, y –a propósito de la clase a la que asistíamos– les informé que su compositor (Hernán Urbina Joiro) era miembro de la Academia de la Historia de Cartagena de Indias… En fin… de ese tamaño ha sido mi amor por la música vallenata.

Quiero, no obstante, señalar que me identifico sobre todo con el aporte de Luis Carlos Ramírez Lascarro en la discusión entre poesía y música vallenata. Destaco antes el marco conceptual de que se vale el autor en el libro dedicado a Rosendo. Significó para mí un muy buen repaso, corto y conciso, sobre historia literaria y paradigmas. El empleo del método deductivo es un acopio de excelencia. Me excuso si estoy errado, el gran Abelito sostiene en su presentación del libro que es de una lógica inductiva, yo creo lo contrario, pues va de lo general a lo particular, los conocedores de estos temas sabrán dilucidarlo. Sea lo que fuere, revivir la terminología metodológica de mis pregrados me resultó igualmente llamativo. Introducción, objetivos, justificación, variables, categorías de análisis, marco teórico, desarrollo temático, conclusiones, bibliografía, apéndices, tablas e imágenes, todo eso lo encuentra el lector en los libros del doctor Massiris, y, como si fuera poco, acceso en códigos QR a escuchar canciones o a descargar documentos, un sistema de información muy completo a partir de bases de datos meticulosamente sistematizadas. La dialéctica de la vida puesta igualmente al servicio de la investigación científica. Este aspecto del libro me trae a la memoria las discusiones que tenía con mis maestros de Ciencia Política, quienes me criticaban (no todos, algunos se gozaban mis impertinencias) por emplear más el lenguaje literario que el técnico en mis trabajos académicos. Me conduelo ahora de ellos, tuvieron que sufrir la pasión siempre joven de mis rebeldías y radicalismos.

La discusión de fondo es esa que señala Ramírez Lascarro. Para entrar en el ámbito de lo poético se requiere, entre muchas otras cosas, lo que él, citado por Massiris, afirma en el libro. Yo la concreto así: ¿hay o había realmente poesía en esos textos de la lírica romántica del vallenato? Trae el libro aseveraciones y conclusiones que podrían reactivar fácilmente el debate parrandero. ¿Valorar la degeneración solo por el pasar de los años? No creo. Nada o muy poco por rescatar de esas nuevas olas sin novedad, como tampoco de aquel llantico baladí que silenció al acordeón, y sí que menos de la terrible pobreza de las letras actuales, que lo único que provocan es vergüenza y decepción. Son, en su mayoría, canciones desechables. Habrá, por supuesto, excepciones. Pero la historia no perdona ni se equivoca. La musical, mucho menos. La ruptura lírica, criticada en su momento, no se puede comparar con la debacle y el hundimiento de estos días musicalmente nefastos. Aquello ha perdurado precisamente por tener calidad, por tener potencia en sus textos, por ser creíble, por su melódico curso, por verdaderamente conmover.

Ahora bien, no es que estemos viejos y, por ende, nostálgicos; es dolor sincero por algo muy bello que ya no lo es ni, por lo visto y escuchado hoy, volverá a serlo. Como ese llanto que se vierte a chorros ante la muerte de alguien grande (pienso en un padre, una madre, un hijo, un buen amigo). Comprendo que el discurso de quien investiga debe ser sobrio y apacible. Es su deber. La comprensión y la tolerancia hacen parte de su oficio. No es lo mío. Yo no investigo: reacciono. Y por eso puedo decir y escribir las cosas como sé que muchos las pensamos. Ha sido o fue mi misión en esa lucha por la salvaguardia del buen vallenato, y desde ella contribuí, a mi manera, a la generación de conciencia sobre lo amenazado.

¿Hay o hubo realmente poesía en las letras vallenatas? ¿Son poetas los compositores del estilo romántico-lírico? ¿Lo son todos los que navegaron en ese estilo? ¿Están bien diseñadas y ubicadas las distintas figuras literarias? ¿Hay coherencia en sus imágenes? ¿Vocablos y adjetivos son los apropiados? ¿Hay depuración y lógica en sus frases? ¿Hay turbiedad poética en sus entramados? No basta con que lo afirmen literatos, poetas y cultores. El GABO escritor es uno y el GABO personaje es otro. Tendríamos que leer a Roberto Bolaño para sopesar a este último, al margen de nuestra simpatía regional. Andrés Amorós, en su libro “La vuelta al mundo en 80 músicas”, defiende la presencia de la poesía en la canción popular y cita un par de anécdotas con GABO para reafirmarla. Empero, no se pueden desligar las opiniones del GABO personaje del buen humor caribe con que siempre las acompañaba. Bob Dylan es otro caso. Aún se cuestiona el Premio Nobel de Literatura que le fue otorgado. Pienso también en Leonard Cohen, en su música, en su poesía, en su libro póstumo “La llama”. Ahí se puede palpar otra dimensión de esta misma problemática, al comparar las letras de sus canciones con la poesía de sus poemarios.

Y dentro de la música vallenata, llama poderosamente mi atención el caso de Hernán Urbina Joiro. El autor de “Lírica Vallenata” publica en 2020 su antología titulada “Canciones para el camino. Poesía Escogida 1974-2019”, con prólogo de William Ospina. Él mismo se queja de la distorsión que han tenido que sufrir sus poemas para poder volverse obra musical. Hasta algunos títulos han sido modificados (“Serenata que olvidó un conquistador” pasó a llamarse “Mi pueblo”). Se le criticaba por enrevesado y abstracto. Y pone un muy doloroso ejemplo para él: “Una canción por el camino”, grabada por Iván Villazón e Iván Zuleta, acabó perdiendo su mejor aditamento poético, la tremenda dimensión de sus imágenes. Cambios abruptos, como él los califica, que tuvo que aceptar en muchas ocasiones, durante cuarenta años, para que su estilo musical se impusiera sobre sus propios poemas. Una hermosa canción que hubiera podido quedar mucho más bella si se hubiera conservado su letra original. En otras palabras: hubo que cercenarla por ser, tal vez, demasiado poética para ser grabada. De ahí que su antología sea para eso: para rescatar todos esos fragmentos que se quedaron por fuera de las grabaciones y que, nos dice, “tantas veces me salvaron en la vida”. Busquen la versión original y comparen las letras. Espanta de veras la monstruosidad cometida. Sí que se nota claramente la diferencia. Lo dejo de tarea.

Aquí entramos entonces en otra cara del problema. Los poetas que a la hora de componer canciones se despojan de su arsenal poético. Y hablo de poetas que son muy buenos en su oficio, que han publicado poemarios de gran valía. Escucha uno sus canciones, sean vallenatas o sabaneras, y el resultado termina siendo, desde el punto de vista literario, desastroso: la poesía no aparece por ningún lado, es como si fueran conscientes de que no es ese su espacio. Cuántas veces no he visto a algunos amigos compositores dándole vuelta a la letra en festivales para tratar de hacerla más “comprensible” y efectista. A mí, en cambio, me encanta oscurecer las mías. Mientras menos las entiendan, me bajo más feliz de las tarimas. La poesía sabrá por qué.

Sigo creyendo que en la poesía sigue estando la posibilidad de sacar al vallenato de su postración textual. Reducido hoy lo romántico a lo pobremente amoroso y siendo esto, prácticamente, su único tema en grabaciones de tipo comercial, sujetas como están a “lo que hoy gusta”, no cabe esperar en ello señales de mejoría. El estilo romántico del vallenato, incluso en su aspecto más lírico, no deviene necesariamente poético. Hay muchas más cosas por analizar en derredor. El ámbito de lo poético es sumamente complejo y agobiante. No se logra entrar en él mediante una simple suma o combinación de términos poéticamente atractivos ni poniendo, con facilidad y oportunismo, al amor y al paisaje a copular en versos. La ecuación poesía y música sí puede llegar a sorprendernos, siempre y cuando tengamos siempre claro que el oficio poético de hacer canciones es muy diferente al oficio poético de escribir poesía.

Una precisión: el verso libre puede ser expresión de la posmodernidad, pero su uso no conduce de modo indefectible a sus vacuos excesos. Tiene su propia historia, y no cualquiera: nombres de grandes poetas como Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé y Cernuda aparecen en ella.

Por otra parte, la comunión de poesía, música, canto y danza desde la antigüedad está lejos de servir de justificación para la existencia de la poesía vallenata. Aquello era, ante todo, poesía. Estamos hablando de Homero, y después, más cerca, de Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rafael Alberti. Musicalizar sus textos (como lo han hecho Serrat y otros intérpretes de renombre) no significa que la música se vuelva poética o que en sus letras pueda gravitar profundamente la poesía. Lo que hizo Beethoven con poemas de Schiller y de Goethe, o Schubert con los de Walter Scott, Wilhelm Müller, Heine y Goethe resulta mucho más incomparable. Hay ejemplos de esta índole que han sido, en mi opinión, poco afortunados, como las versiones musicales de poemas de Raúl Gómez Jattin en las que la música no llega a tener mayor protagonismo, pues parece puesta o añadida como a la brava, forzándola, de relleno, limitada como está –vaya paradoja– por una lógica musical que respira en procederes de la creación artística muy distintos. Me refiero más a lo melódico que a lo armónico. ¿Y por qué ocurre esto? Porque la musicalidad de su poesía es diferente y no fue pensada ni escrita en función de ser cantada. Si Raúl los hubiera abordado como canciones, seguramente sus preocupaciones hubieran sido otras, al igual que lo creado. Estas críticas o apreciaciones no son para nada elitistas ni provienen de “poetas cultos” (entre otras cosas, un poeta culto debe ser algo muy feo y aterrador).

No es prevención contra la música popular. Es ubicar cada cosa en su real contexto. No significa tampoco que en la canción popular o en la poesía popular de lo cantado no pueda llegar a explayarse la poesía. Ya lo dije: sí es posible. Pero hay que esmerarse, y contar con suerte, componiendo a un tiempo con el equipaje de ambas manifestaciones: música y poesía. El cancionista colombiano Carlos Alberto Palacio Lopera (PALA) es una clara prueba de esto último, y, sin embargo, ni él mismo se reconoce como tal, es el primero en aclarar que escribir letras para canciones no es lo mismo que escribir poesía. Lo comprobé hace poco con una lectura virtual que él hizo de varios textos de su poemario “Abajo había nubes”, ganador del Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana edición 2020. Tienen, en efecto, “eso” que permite identificar o intuir lo poético de un texto que difícilmente puede llegar a aflorar en letras de canciones.

Es que en estos debates estéticos no se puede caer en entusiasmos ni en ligerezas alegres. Lo escribo con el debido respeto. De ahí que valore mucho una conclusión del doctor Massiris que me parece la clave de todo este embrollo: “… juzgar la belleza o el placer estético de la poesía, mediante criterios distintos en ambas manifestaciones artísticas”. De acuerdo. Pero agrego: haciendo siempre la salvedad, que es lo que no se hace cuando se eleva (o se baja, como me gusta más a mí ubicar este berenjenal de la poesía) a la condición de poeta a todo aquel que compone una canción con ribetes de lirismo. No hay que olvidar que también juegan los cantantes, los arreglistas, los músicos, los oyentes, y muy especialmente las melodías, que, por sí solas, son capaces de contener más poesía que las letras que las recorren, si bien una melodía muy poderosa puede conducir a equívocos monumentales. Es cierto también que no hay verdades únicas, absolutas o superiores en un tema tan espinoso como este, pero hay que tener un poco de cuidado al afirmarlo, se corre el riesgo de conceder licencia para que se sigan alimentando falsedades y confusiones. Sé que no es esa la intención del autor. Pero de avivados no se salva nadie.

Bien. Solo lectores de largo vuelo habrán llegado hasta aquí. Para ellos, la invitación a sumergirse en estos libros del doctor Ángel Massiris Cabeza. No cabe duda de que contribuyen a enriquecer el acervo histórico del vallenato desde una perspectiva inédita y motivan, además, a entender mucho mejor la lucha que hay que seguir librando por la salvaguardia y dignificación de dicha música.

Los seguiré leyendo con inagotable agrado.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Comentarios

  1. Profundo y crítico análisis Francisco. Era lo que esperaba conociendo la seriedad con la que abordas tus análisis. He leído casi todo lo que has escrito y no dudé en someter a tu escrutinio mis balbuceos analíticos en un tema que has cuestionado duramente en muchos de tus escritos. Tu punto de vista es muy valioso por su calidad argumental, sentido crítico y elocuencia, un estilo que he admirado en tus textos. Gracias por el leer los libros y tomarte el tiempo de escribir este completo análisis.

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    1. Muchas gracias por su lectura y comentario, Maestro. Excuse la tardanza en responder, se me había olvidado que los comentarios debo autorizarlos para que puedan publicarse y el correo electrónico que configuré para tal fin no es el de uso frecuente. Fuerte abrazo.

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    2. Muchas gracias por su lectura y comentario, Maestro. Excuse la tardanza en responder, se me había olvidado que los comentarios debo autorizarlos para que puedan publicarse y el correo electrónico que configuré para tal fin no es el de uso frecuente. Fuerte abrazo.

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