FESTIVALEANDO ME PASO LA VIDA

Espacio para la música.

Aunque ando ya en otros caminos musicales (por fuera del ámbito del acordeón), esta canción –terminada entre Montería y Sahagún en septiembre de 2016– no dista tanto de las que hoy persigo, especialmente en su componente textual. Creo que de algún modo prefiguró las honduras y abstracciones de las que hoy descompongo.

No fue escrita para concursos, sino para celebrarme, en soledad, mi paso inusitado por ellos, y los que (me temo) aún me faltan… En época de coronavirus, el festival virtual ha empezado a mostrarse, pero difícilmente podrá emular –con éxito– las felicidades y desgracias de las tarimas presenciales, si bien resulta plausible ahorrarse el estrés y los costos de semejante ajetreo. Por lo pronto, puedo parafrasear al menos que festivaleando me paso la pandemia.

Una vez –traicionando su esencia– la inscribí en un festival sabanero. Por fortuna, no fue preseleccionada. Mejor dicho: ¡se salvó! Un ilustre músico de esa región la desdeñó del todo, lo que me sirvió para concluir lo contrario: que no era tan mala. Desde entonces, la he mantenido inédita y en silencio, contribuyendo de vez en cuando, con su chispo aroma, a mis libaciones sabatinas. Hasta hoy, que por sí misma salta a la palestra. Su letra podría ser oportuna (algunas de sus partes) para tarimas festivaleras, pero su alma, su hábitat, su curso, es más de recital: de desconcierto. Paradojas que el camino prodiga.

Un aire de paseo con letra sutil y coro de ensueño se encargan de nutrirla. Y mi modesta voz, casi canto recitativo, fulgurando oscuranas.

https://www.youtube.com/watch?v=jngt2gzb1n8

FBA 

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