GOOD LUCK, FACEBOOK

Me despedí el sábado 20 de junio de 2020 de seguir publicando directamente en Facebook, medio en el que venía haciéndolo desde 2008. TOCÓ EMIGRAR, así titulé mi adiós en esa red social. Lo edito, lo matizo y amplío para este espacio virtual que apenas arranca.

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Releyendo –sin fumar– Sólo para fumadores de Julio Ramón, viendo sobre la mesa al Balzac de Stefan Zweig invitándome a entrar en sus sinfines, con las divas del jazz como fondo musical, media docena de birras rojas para medio violar sequedades absurdas y embolatar la noche, y escribiendo las penúltimas brochadas de mi “Tríptico en Yo Menor”, me despedí (por razones varias) de seguir publicando directamente contenidos en Facebook, en especial porque debo reconocer, en buen uso de autocrítica, que los objetivos que me propuse nunca se lograron, bien por deficiencias propias, bien porque la dinámica de ese sitio informático no era la apropiada. Mucho menos con ese dichoso algoritmo que nos constriñe a un número ínfimo de notificaciones. Es lo que dicen, y pude constatar que hay muchos que son bastante activos publicando y jamás me enteraba de sus ruidos. Y algo peor: te condena a la invisibilidad si dejas de derramarte en él. Padecí sus efectos, ya que acostumbraba a publicar una o dos veces por semana como máximo, fines de semana, en horas de la noche. Aunque viéndolo bien, el ideal de volverse uno invisible hay que agradecérselo.

Decidí, no obstante, dejar la cuenta abierta, circunscrita a seguir leyendo y oyendo de vez en cuando las genialidades de algunos amigos o conocidos, y a divulgar en ella únicamente los enlaces de mis publicaciones en otros lupanares del ciberespacio. No sobra manifestar que, en cuestiones de amistad, prefiero las reales, y hasta desearía que de las virtuales con las que llegué a interactuar unas cuantas pudieran hacerse realidad.

Regreso, pues, a mi desquicio de bloguero solitario. Como buen fracasista que soy (aún me saboreo el prólogo de Enrique Vila-Matas en La tentación del fracaso de mi admirado Ribeyro), debo estar a la altura de mis vicios y obsesiones.

Tocó entonces volar (o mejor: caer en picado). Agradezco a todos los que estuvieron alguna vez leyendo o siguiendo mis aventuras literarias y musicales en Facebook, a los que sonrieron con mis críticas y también a los que se emputaron por ellas, a los que aplaudieron mi forma de leer la política y el mundo del entronque cultural, a quienes sintieron en lo más profundo del alma la antipoesía de la que adolezco. Excúsenme quienes compartieron en sus muros algunas de mis publicaciones, tuve que eliminarlas todas, puesto que gran parte de ellas pertenecen a los libros que he estado escribiendo y son estos los lugares en los que, finalmente, deberán reposar. Aunque leí en Wikipedia que de Facebook nadie logra irse, dificultan cualquier retiro, guardan copia de tu información, se apropian comercialmente de lo que te pertenece, hipotecas tu vida privada y hasta te ofrecen la posibilidad de seguir vivo cuando mueras (cuenta conmemorativa, la llaman). Lo cierto es que en Facebook también cumplimos años (de esto, de aquello y de cuanta cosa) y nos arruga inexorablemente el tiempo.

No es un salto artístico el que estoy dando: es un retroceso, en el que de seguro seguiré más solo y menos exitoso que antes (aquí entre nos, espero esta vez equivocarme), pero tendré al menos la tranquilidad de beberme sin apuros mis más tercas y angustiosas alegrías. De sangrar libremente lo que pienso. Saltar al vacío es saludable y consecuente.

Gané y perdí contactos. Con unos que me borraron (sus razones tendrían) sé que en la vida real pudiéramos llegar a ser buenos amigos. Yo también suprimí y hasta bloqueé a varios (ya olvidé las razones, si fue que las tuve). La virtualidad conlleva sus odiosas fallas. Hasta un brillo consanguíneo terminó eliminándome por un escrito que fue a parar después a mi libro Tiempos grises, y, ¡vaya paradoja!, considero que es de lo mejorcito que este libro contiene. Nada personal (sigue brillando el cielo en mi cariñosa desazón), no fue más que otro de mis tantos ejercicios literarios durante mis recorridos por la alta noche monteriana. Yo nunca seré “bueno”, no es lo mío, soy vallejiano en esto del vivir y del morir: confío más en la maldad que en el malvado. Una lenta y combativa canción (Terco blues) estará orbitando en esta residencia espacial cuando la grabe. Un giro musical radicalmente distinto que ando experimentando en estos días de pandémica euforia. Admirable: ¡cuánta gente cantando y recitando miedos!

Es este, entonces, mi nuevo terruño inorgánico, que cobija a todos los demás: podrán viajar asimismo por mi canal de YouTube, por mi cuenta de soundcloud, por mi blog Esconces y Destiempos (con rediseño incluido; debo conservarlo, pues algunas de sus entradas se encuentran conectadas, como, por ejemplo, las que abordan la relación entre lo poético y lo vallenato), por mis publicaciones en Amazon, por las páginas de amigos cantautores y de otros cancionistas que sigo con aprecio (empiezo con una de Adrián Villamizar, blog-homenaje realizado por el investigador cultural Ángel Massiris Cabeza), por otras publicaciones de mi sembrado, y, claro está, por mi forma de seguir opinando con temblores y de emporcar la gloria.

Más canciones –de mi repertorio inédito–, extractos de mis libros y una primera antología personal verán la luz en El cantor del destiempo. Volveré, además, a los análisis críticos o comentarios musicales que tanto gustaron (los de música vallenata principalmente, no sin acaloradas controversias) en mi blog Esconces y Destiempos. Creo tener algún mérito en las batallas argumentativas y vivenciales que han intentado contrarrestar su deterioro comercial. Esta vez la dejaré tranquila. Tiene sus propios quijotes y dolientes. Considero haber agotado, con filosa pluma, las distintas variables del problema y no tiene mucho sentido llover sobre mojado. Asumiré este aspecto desde otras ópticas, desde otro oído.

Fue, en todo caso, muy placentera la experiencia en Facebook. Algunas cosas valieron de verdad la pena; interesante, por ejemplo, todo el proceso de escritura alrededor de acontecimientos políticos y culturales que publicaba en caliente, pasada la medianoche, calibrando sus reacciones al despertar, una o dos horas antes del mediodía. Más de una vez me reí bastante de esas picardías andariegas, y de una que otra me arrepentí con sinceridad (lo curioso es que me terminaron dando la razón). Con tácita cronología pasaron a ser parte de mi libro Tiempos grises, luego de literaturizar sus logros.

Un fragmento de Octavio Paz en La vida sencilla me sirvió para despedirme en Facebook, y lo repito ahora por considerarlo ideal para cerrar un ciclo e inaugurar otro: “… beber y en la embriaguez asir la vida; bailar el baile sin perder el paso; tocar la mano de un desconocido en un día de piedra y agonía y que esa mano tenga la firmeza que no tuvo la mano del amigo…”.

FBA
 


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